Yo no soy quien para criticar unos productos que no he probado y que, seguramente, no probaré, pero sí me siento con derecho a decir que esto que está pasando con nuestra alimentación, no me gusta nada.
Resulta que nos pasamos años machacando el concepto de comida rápida, años reivindicando la dieta mediterránea, años educando a nuestros hijos a comer con la boca cerrada, a no hablar con la boca llena, a masticar mil veces cada bocado, a no apoyar los codos en la mesa, a cortar bien los alimentos y hacer de cada comida un momento relajado y placentero, para que ahora vengan y nos digan que lo mejor para nuestra alimentación es chupar un tetra-brick en el metro o camino a la oficina.
Yo no quiero parecer viejo y anacrónico, y hasta diría que entiendo a la “gente moderna” que ha cambiado la mesa por un trago de isoflavonas y una ración de bifidus activos y, a pesar de eso, se siente feliz, pero me niego a aceptar que a la comida se le quite uno de sus sentidos esenciales: la vista. Porque, al menos a mi, no sólo me gusta comerme una buena ensalada Caprese, también me gusta ver el color del tomate fresco cortado en rebanadas, intercalado con rodajas de auténtica mozzarela de búfala, salpicada con trocitos de albhaca de mi jardín, una pizca de pimienta y sal, y un chorrito de aceite de oliva virgen. A eso, en mis primeros años de publicitario, le llamábamos “appetite appeal”, que no es otra cosa que la apetitosidad, el atractivo que un plato ha de tener, para despertar nuestro deseo.
José María Flo es lo que en cine y publicidad se denomina Home Economist, es decir, un especialista en hacer que, desde un simple helado hasta una ensalada congelada, pasando por una lasagna envasada al vacío, aparezcan ante el público con una imagen tal que nos hagan exclamar: ¡Mmm! ¡Qué bueno!
Claro que para conseguir ese efecto, no basta con sacar el producto de su envase y filmarlo, no sólo porque los productos en si no son siempre apetitosos al salir de la caja, sino porque las condiciones del rodaje - tiempo, luces, temperatura, manipulación, etc.- obligan a utilizar materiales que nada tienen que ver con el original.
Que la publicidad, para un rodaje, utilice productos ficticios para simular el alimento de verdad, profesionalmente lo acepto. Lo que humanamente me cuesta aceptar es que los productos de verdad, ahora también sean ficticios. ¿Qué va a ser de mi vida cuando alguien lance el asado argentino en pastillas masticables, con lo que me gusta sentir ese maravilloso olor a leña y, mientras se hace la carne, compartir un vino con los amigos?